Ensayo
final: Una disertación sobre el arte contemporáneo
Academia
de San Carlos, UNAM
Programa de Maestría en Artes y Diseño, 2012-2
Mtra. Laura Alicia Corona
Me
defino como ilustrador -el profesional entre el arte, la filosofía y la
ciencia-, por lo que mi universo no es sólo el de las teorías sino también el
de la praxis; todo artista, sin importar su disciplina, expone su visión sobre
el arte al producir alguna obra, explicita lo que debe ser el arte; así, el
objetivo de estas reflexiones es comenzar a darle una forma definida a lo que
significa esa idea para mí y hacerla comprensible al resto del mundo.
Hay una confusión que lo explica todo: el no ser capaces de distinguir la historia del arte -de las artes
plásticas en este caso- de la historia de
las imágenes, diferencia ontológica fundamental -todo arte plástico es
imagen, pero no toda imagen es arte plástico-, es lo que nos hace confundir al
excremento enlatado, costales de sal o autobuses intervenidos como arte cuando
no son más que imágenes, quién sabe de qué tipo, ya sea con alguna clase de
conceptualización, abstracción u originalidad, pero no arte -salvo en el mundo
institucional, en el que la legitimidad para el arte responde más a criterios e
intereses extra artísticos y estéticos, como los políticos, económicos o
ideológicos-.
De alguna forma, después del fin de las vanguardias a mediados del siglo
XX, la historia de las artes plásticas se detuvo; comenzaron a producirse
imágenes que nada más tenían que aportar a esta historia; siguen dando
testimonio de su tiempo, pero esas obras fuera de la historia del arte han caído
en un caos en el que los valores estéticos ya no son distinguibles. La historia
del Arte sólo puede estar compuesta por los grandes momentos, los que entrañan
la sabiduría existencial, los descubrimientos de nuevos planos sobre la
experiencia humana en los que el artista busca los valores que aspiran a ser
objetivos. La historia de las imágenes funciona con otra ética, la memoria de
archivero, donde todo se organiza según la letra de su nombre y la ausencia de
valores objetivos coloca a toda imagen en el mismo plano.
Después de que Marcel Duchamp sumiera
en una crisis al objeto artístico -la primer laceración ontológica para las
artes visuales fue la aparición de la fotografía- este no se volvió a
recuperar; las distintas heridas que continuó recibiendo este objeto, dependiendo
de la perspectiva desde la cual es comprendido, como las miradas antropológica,
filosófica, económica o política, sólo se sumaron a esos primeros desgarros.
Entonces el arte posmoderno, ¿puede ser juzgado bajo el rasero del arte moderno
-del Renacimiento hasta las vanguardias-? ¿Requiere nuevos valores que lo
justifiquen? ¿A la luz de qué tradiciones o disciplinas debe ser observado este
arte? ¿O es un arte ahistórico? ¿Es un arte inculpabilizable de nacimiento? ¿No
se le debería exigir la misma profundidad o calidad en la idea detrás de la
obra y en la obra misma como objeto o acto producido?
En el caso de México, como en el resto de los países de la periferia,
los artistas se ven envueltos en la polémica de nacionalismo versus cosmopolitanismo -que incluye a
los románticos, los realistas, los naturalistas, los modernistas, los
indigenistas, los criollistas y los vanguardistas entre otras múltiples
identidades creativas-: los nacionalistas dedican su trabajo al pueblo del que
emergen, o entregan su trabajo al Estado, o al proyecto de país que este
propone, o simplemente son absorbidos, cooptados y resignificados por este para
legitimarlo; los cosmopolitas en cambio se reconocen en la influencia de las
grandes metrópolis europeas y norteamericanas, se declaran herederos de las
tradiciones occidentales; cada uno significa una afrenta para el otro,
olvidando que esta clase de tensiones dialécticas son las que motivan el
desarrollo de la historia del arte.
Reflexionar sobre la idea del arte en estos tiempos no es una actividad
ociosa ya que ante la crisis de “humanidad” que padecemos como sociedad replantearse
esta humanidad y convertirla el eje de las acciones humanas se ha vuelto el deber
que nos corresponde como generación, y olvidando el “compromiso social”, ¿no sería entonces nuestra responsabilidad
como estudiantes de maestría tomar una posición y decir porqué esto sí es arte y porqué
esto no lo es? ¿No es acaso el volver a dar sentido al caos que rige la
obligación que impone nuestro tiempo?, lo contrario es viajar con el sentido de
la corriente, que ya sabemos conduce al mar de la esterilidad. No se puede
pasar por alto la importancia del lado espiritual del arte, aquel que todos
somos capaces de intuir y que nos ha hecho escuchar tantas veces de eso te vas a morir de hambre;
pretender marginarlo es negar su lado más significativo, el que le permite a cada
uno reconocerse de la misma humanidad compartida con el resto de los hombres de
todos los tiempos y lugares.
Esta ausencia de claridad en la comprensión de los valores objetivos del
arte puede explicarse desde la perspectiva nietzschiana sobre la muerte de Dios. Esta muerte sólo
significa el fin de los valores absolutos -ya sean de carácter moral,
epistemológico, y sobre todo trascendentes- representada por las ideologías
metafísicas, es decir, por las religiones, sustituida la fe por la razón desde
el Renacimiento, a partir de las revoluciones epistémicas de la filosofía y la
ciencia: por un lado Descartes declara al Yo como el sujeto de la razón, y que
el conocimiento debe pasar por los sentidos, pero al ser estos limitados requieren
del análisis metódico de la razón para que el conocimiento pueda ser confiable,
actitud sintetizada en su frase cogito,
ergo sum; y Galileo mediante sus observaciones astronómicas, mientras
perfeccionaba el primer telescopio, desarrolló una teoría cosmológica que
indicaba que la tierra era redonda en vez de plana y que no era el centro del
universo como declaraba el dogma cristiano.
Nietzsche menciona a las cuatro clases de hombres que siguen a esa
muerte: “el último de los hombres”, que es el hombre que al no encontrar un
objetivo trascendente decide dedicar su vida a la búsqueda de la felicidad
personal; “el hombre nihilista”, que al saber que no hay consecuencias para sus
actos y que no hay juicio final con su respectivo premio o castigo, despliega
todo su poder para conseguir sus objetivos y el resto de los humanos sólo le
significan un apoyo o un obstáculo para conseguir sus metas; “el hombre
superior” que aun conociendo la inexistencia de los valores trascendentes actúa
como si estos existieran; y finalmente “el superhombre”, que viendo a su propia
muerte como el límite de su ser, asume una actitud trascendente y con su voluntad
decide imprimir su forma a la inmanencia.
¿Es posible hacer una interpretación sobre el arte contemporáneo desde
esta postura filosófica? Hagamos el intento: Desde el Renacimiento la virtud
técnica ocupó uno de los lugares centrales en los valores artísticos, las
academias o los clasicismos son incomprensibles al margen de esta idea. Las
vanguardias artísticas también son inexplicables sin la idea de progreso, que
las vinculaba a las revoluciones sociales de los siglos XIX y XX, en los que el
futuro terminaría por reconocerlos en la historia del arte, buscando la
congruencia entre los principios y las acciones. Son claros los valores
trascendentes que dan sentido a su
actividad; esto lo explica Juan Acha al identificar
a “la creación valiosa, como ideal máximo de las artes”.
Sin salirse de las fronteras ambiguas que separa a las artes visuales
del resto de las disciplinas artísticas, ¿qué podemos decir de los artistas
contemporáneos, qué le da sentido a su producción? ¿Es el artista víctima de las
circunstancias que lo obligan a postrarse a los imperativos del mercado? O por
el contrario, al carecer de un objetivo trascendente este se conduce por los
vericuetos de la superficialidad, ya que le queda bastante claro que los
efectismos con la etiqueta de arte se han convertido en una trampa para bobos
-el mercado, el público, la crítica, las instituciones y uno que otro artista
despistado-: en un mundo sin valores comunes los arribistas inconscientes se
encuentran cómodos, su libertad consiste en la ausencia de imperativos morales.
Todo arte se debe interpretar en
la luz que proyecta la historia de cada disciplina, pero también en comparación
con los distintos aportes que hacen las disciplinas artísticas; después los ready mades, los happenings, en fin, los
distintos movimientos de ruptura de los 60’s y 70’s, ¿ha habido alguna clase de
aportación a la historia del arte?, ¿se puede decir que la historia del arte,
de alguna forma, está siendo liderada por otras disciplinas como la literatura
o la música o el cine? ¿O las artes masivas han desplazado a las artes
académicas y populares? ¿Es la mediación, en la que los usuarios de la
tecnología digital son capaces de reconfigurar y construir sus propios
discursos por la simplicidad de las interfaces, la forma de creación y
producción que rige el sentido actual, en casos como la apropiación o la
intervención? Es demasiado pronto y breve el espacio para sugerir una respuesta
que me satisfaga, pero la duda ahí queda.
Aquellos que consideran que el proceso creativo es lo importante en el
arte contemporáneo, subestimando el resto de sus aspectos, ¿por qué no voltean
a la filosofía o a la ciencia -actividades cognitivas y creativas que gozan de
la misma dignidad y superioridad que el arte-? ¿O es que requieren de un
trabajo más metódico, serio y profundo al que suelen estar acostumbrados los
artistas visuales, y prefieren encontrar alguna clase de reconocimiento por
vías no tan difíciles, en los que el
estudio y el trabajo han sido sustituidos por una supuesta genialidad o eruditismo?
¿No tienen más qué decir el psicoanálisis o la sociología sobre las relaciones
escatológicas que ha desarrollado el hombre actual con la sociedad y sus
injustas dinámicas económicas que una lata de excremento exhibida en un museo o
resguardada en una colección privada? ¿Es aceptable que lo malhecho sea visto como un valor?, ¿no son acaso las producciones
contemporáneas formas vaciadas de espíritu, repeticiones inútiles que no
extienden la conquista del ser? ¿En
un contexto actual, en el que el país se ha envuelto en una guerra inútil,
tiene sentido buscar el “escándalo” en el arte?
¿En cuántas propuestas encontramos la voluntad de hacer algo superior¸ digno de ser agregado en la
historia del arte? Así, proponiendo una conclusión, es que mientras que
cualquier trabajador mediano es bueno para su profesión -un plomero medio es
bueno para arreglar casi cualquier desperfecto- un artista mediano, que sólo
produce imágenes fuera de la historia el arte, contribuye a la confusión al no
intentar proponer valores objetivos para ser sumados a esa historia. ¿Si las
obras de arte actuales supuestamente requieren de un alto compromiso
intelectual o espiritual con el espectador, no vuelven éstas a adquirir el
carácter mágico-religioso ancestral premoderno? Y si detrás de las artes
plásticas radican los valores pedagógicos y apodícticos modernos, en vez de los
relativos y complejos posmodernos ¿esto no significa que el mundo, de momento,
ya no es el de la pintura y el de la escultura, y que por ello su historia debe
detenerse temporalmente?
Esta idea no hace más que lastimar mi espíritu, y es que si en el mundo
ya no hay espacio para cierta forma de arte significa que hemos perdido algo de
nuestra humanidad. Con la “muerte” de la poesía -o al menos de alguna forma de
ella, esa que fue la gloria del arte moderno, de Baudelaire a Rubén Darío, de Whitman a Maiakovski- y
la muerte del arte -siempre entendida como de las artes plásticas-, se ha
perdido también la capacidad de apreciar la belleza: en estos días hablar de lo
bello parece fuera de moda; perder la habilidad de producir y distinguir lo
bello es una derrota cultural, una de las grandes tragedias del periodo de entre
siglos. Así, la belleza ha sido expoliada de la realidad, solemos ningunearla y
confundirla o reemplazarla con lo “bonito”, eso que no requiere de ningún
esfuerzo para ser asimilado y consumido, que oscila entre la cursilería ridícula,
la sexualidad barata y el kitsch reiterativo.
Por fortuna la última palabra aun no está dicha para la historia de las
artes visuales: con la todavía reciente incorporación de la tecnología digital
en la vida humana se comienzan a vislumbrar algunas de las nuevas posibilidades
para la mayoría de las disciplinas artísticas: seguramente la música digital,
con todas las virtualidades que encierra esa tecnología, habrá de producir
obras de originalidad inaudita e inesperada -ideas comprensibles desde las
composiciones de John Cage, quien entiende a la perfección las preguntas
fundamentales del arte de la música, ¿qué es lo que distingue a la música del
ruido y al sonido del silencio?-; lo mismo puede esperarse de la pintura y de
la escultura, que incorporan las nuevas técnicas, lenguajes y herramientas de
la computadora a los procedimientos tradicionales, lo que generará el
desarrollo de un neo-renacimiento
artístico -con sus respectivas revoluciones filosófica y científica-:
curiosamente la aspiración del arte modernista, pleno de optimismo e
ingenuidad, de iniciar un viaje sin fin, terminará por realizarse en el arte
contemporáneo y del futuro con la incorporación absoluta de la tecnología
digital en la vida del hombre nihilista posmoderno.
Bibliografía:
Danto,
Arthur: La transfiguración del lugar
común: una filosofía del arte. Paidós, Argentina, 2002.
Kundera,
Milan: Los testamentos traicionados.
Tusquets, Barcelona, 2007.
Lyotard,
Jean François: La condición postmoderna:
informe sobre el saber. Cathedra, Madrid, 1989.
Nietzsche,
Fredrich: Así habló Zaratustra.
Edimat, Barcelona, 1998.
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